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jueves, 29 de marzo de 2018

DOMINGO DE RESURRECCIÓN, ORACIÓN


Es el amanecer de un bello día;
el astro matutino
brilla luciendo en opalino cielo;
el colorín su melodioso trino
entona al desplegar sus alas bellas
para el aire, surcar, la clara fuente
su raudal transparente,
derrama en dulce son, castos amores
murmuran el faisán y la paloma,
y al valle brindan regalado aroma,
su capullo al abrir las gayas flores.

La luz crepuscular apenas deja
las formas distinguir de tres mujeres,
que el campo cruzan con incierta planta
y á quienes un dolor mortal aqueja;
y de sus ojos bellos
los púdicos destellos,
suben como relámpagos unidos
con líquidos raudales fecundantes,
que inundan sus semblantes
por intenso pesar descoloridos.

Son las Marías, son las fervorosas
Magdalena y la madre de Santiago
con Salomé que llegan afanosas
hasta la gruta donde sepultado
está Jesús bajo pesada losa.

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A través de una nube blanca y pura
un ángel de los cielos se desprende
envuelto en una blanca vestidura,
emblema del candor su vista tiende
la piedra mueve que la tumba cubre
y su seno descubre
a todos demostrando que está vacía.

«Nada temáis, exclama,
aquí Jesús, estuvo sepultado,
pero el Nuncio divino
ya como lo anunció, ha resucitado.

Corred a Galilea,
mensajeras seréis del gran misterio;
de uno en otro hemisferio,
pasmo y asombro de los siglos sea.

De hoy más la Cruz, de infamia redimida
por la sangre del Cristo, derramada,
entre nubes de incienso bendecida,
será enseña sagrada,
y eterno pedestal tendrá de gloria,
de pueblos y de siglos en la historia».

Resucitó el Señor; felices ojos
los que te contemplaron, Jesús mío;
a los matices rojos
del astro de la fe, yo te contemplo
y mis angustias templo,
se calman de mi vida las zozobras,
pues si la vista giro,
tu santa imagen indeleble miro
en lo perfecto de tus grandes obras.

ORACIÓN

Señor, mío Jesucristo,
padre dulce y piadoso,
por el gozo de vuestra santísima
madre cuando contempló la resurrección
y por el que tuvo al veros lleno de gloria
en los cielos con los esplendores de la
divinidad, suplico pecador humilde,
que me alumbréis con los dones
del Espíritu Santo,
para que acierte a cumplir siempre
vuestra voluntad santísima.
 
Escuchadme,
¡oh vos! que vivís y reináis
por los siglos de los siglos.
 
Amén.
 
 
 

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