¡Oh!, Virgen de la Fuensanta,
protectora del murciano.
Reina cuyo nombre encanta,
Madre de todo cristiano,
pura, limpia y siempre santa.
Dame auxilio, Madre mía,
dame tu gracia y amparo,
dame gozo y alegría,
para, con acento claro,
cantar tu historia este día.
Una devota mujer
que el teatro ejercitaba,
harta del mundo correr,
en una cueva se entraba
vida penitente a hacer.
Esta mujer, sin ultraje,
con gran cuidado guardaba
un cuadro de vuestra imagen,
y allí su culto aumentaba
con especial homenaje.
Ya que con dulce alegría
la cómica penitente
algunos años vivía,
murió muy piadosamente,
fiel en vuestra compañía.
Sola viniste a quedar,
pero no, sacra María,
que al vivir tu Hijo en tu altar
de tan dulce compañía
jamás se pudo apartar.
Mil coros le rodeaban
de ángeles y serafines,
que, dulcemente, entonaban
con flautas y violines
los himnos que ambos cantaban.
Este coro angelical,
esta suave armonía
un pastor llegó a escuchar,
y, rebosando alegría,
a Murcia vino a avisar.
En el camino encontró
el Convento capuchino,
al Guardián cuenta le dio
de este portento divino
que la cueva conservó.
Los de esta religión santa,
con alegría y contento,
en su satisfacción tanta,
se trajeron al Convento
vuestra efigie sacrosanta.
Cuando en el Convento estaba
hubo un grande resplandor,
y del cielo se escuchaba
el himno que celebraba
a la Madre del Señor.
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