¡Oh dulcísimo Jesucristo!, verdadero Dios,
que del seno del Padre omnipotente
fuiste enviado al mundo para expiar los pecados,
redimir a los afligidos, liberar a los cautivos,
congregar a los dispersos,
reconducir a los peregrinos a su patria,
tener misericordia de los contritos de corazón,
y consolar a los dolientes y angustiados:
Dignate, oh Señor Jesucristo,
absolver y liberarme a mí, siervo tuyo,
de la aflicción y tribulación en que me encuentro.
Tú, Señor, que en cuanto hombre,
recibiste de Dios Padre omnipotente
en custodia al género humano, y por tu piedad,
adquiriste mediante tu crudelísima Pasión
y tu preciosa Sangre el paraíso para nosotros,
e hiciste las paces entre los Ángeles y los hombres:
Tú, Señor Jesucristo,
dígnate establecer y confirmar la concordia
y la paz entre mí y mis enemigos,
mostrar tu gracia sobre mí
e infundir tu misericordia;
y dígnate extinguir y mitigar todo el odio y la ira
que mis enemigos tienen contra mí.
Así como borraste la ira y el odio que Esaú
tenía contra su hermano Jacob;
así también, Señor Jesucristo,
extiende sobre tu siervo tu brazo y tu gracia,