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domingo, 30 de septiembre de 2018

A LA GLORIOSA SANTA RITA, SÚPLICA POR UNA CAUSA IMPOSIBLE


Te saludo Santa Rita,
esposa del Redentor,
que entre espinas de dolor

naciste vaso y aún rosa
de Cristo, divino Amor.

Gloriosísima Santa Rita,
sagrada protectora de imposibles,
llamada por boca del mismo Dios,
remedio de afligidos y astro brillante
en el cielo de la Iglesia, para conducir
a los mortales al seguro puerto de salvación.

Consolad, Santa mía,
a los mortales que vivimos
en este valle de lagrimas,
y alumbrad nuestras almas
con la luz del verdadero desengaño,
haciéndolas conocer lo caduco
de los bienes temporales
y lo inestimable de los eternos.

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Y por la preciosísima sangre de Jesús,
y la Inmaculada Concepción de María,
manifestad en nosotros la virtud,
poder y gracia que os comunicó el cielo,
haciendo que nuestros corazones se retiren
y alejen de las continuas olas y borrascas
que excita en ellos el peligroso mar del mundo,
para que así lleguemos seguros
al puerto de salvación en la Bienaventuranza,
para lo cual nacimos, vivimos,
y debemos morir, descansando en paz
con el Señor, que es el principio y fin
de todas las criaturas.
 
También os suplicamos,
nos alcancéis el especial favor,
imposible para nos y sencillo para vos,
que ahora deseamos lograr.
Os lo pedimos con toda fe y humildad,
si es para mayor gloria de Dios
y bien de nuestras almas,
y si no, que se haga su santísima voluntad,
y nosotros nos conformamos con ella.
 
Amen.

Ahora levantando el corazón a Dios
con el mayor fervor posible,
pedirá cada uno el favor particular
que desea conseguir en esta plegaria
 por la intercesión de la Santa.


Dios, Señor y Padre Nuestro,
que a la bienaventurada Rita,
te dignaste dar la gracia,
de conceder las súplicas imposibles,
pero de gran facilidad para ella
por todos sus méritos obtenidos, 
que habiéndote imitado
manteniendo su amor a los enemigos,
y que en su corazón y frente
le concediste las señales
de tu caridad y pasión;
te rogarnos, nos concedas,
por su intercesión y méritos,
amor a nuestros enemigos,
y con la espina de compunción y dolor,
contemplar perpetuamente
los dolores de tu pasión santísima.
 
Tu, que vives y reinas
por todos los siglos.
 
Amen.
 

Bendecida por Dios,
fuiste una luz en la oscuridad
a través de tu inquebrantable coraje
cuando tuviste que sufrir
tal agonía en tu cruz.
 
Te apartaste de este valle de lágrimas
para buscar la integridad de tus heridas
 ocultas en la gran pasión de Cristo...

No te contentabas con la sanación
menos que perfecta,
y aguantaste la espina durante quince años
antes de que entraras en la alegría de tu Señor.
 
Este poema fue grabado en el ataúd de Santa Rita de Cascia y es una de las pocas fuentes contemporáneas que nos hablan de ella.

En cada etapa de su vida, Rita parece haber soportado valientemente circunstancias difíciles e insoportables: frustración porque sus padres anularon su deseo de convertirse en monja; se casó con un maltratador; fue rechazada tres veces por los agustinos; se sintió afligida con el dolor y la vergüenza de los estigmas...
 
Sin embargo, ninguna de estas cosas le impidió servir a Dios y a sus hermanas. Podemos orar por su intercesión en nuestra necesidad desesperada, pero también debemos imitar su amor en acción.


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