Torna tu vista, Dios mío,
hacia esta
infeliz criatura.
No me des la sepultura
entre las olas del mar.
Dame la fuerza y valor
para salvar
el abismo,
dame gracia por lo mismo,
que es tan grande tu bondad.
Si yo, cual frágil barquilla,
por
mi soberbia halagado,
el mar humano he cruzado,
tan solo tras el placer;
déjame,
Señor, que vuelva
a pisar el continente,
haciendo voto ferviente
de ser
cristiano con fe.
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Si yo con mi torpe falta
me he
mecido entre la bruma
desafiando la espuma
que levanta el temporal,
te ofrezco
que en adelante
no tendré el atrevimiento
de ensordecer el lamento
de aquel que
sufre en el mal.
Y si siguiendo mi rumbo,
he tenido
hasta el descaro
de burlarme de aquel faro
que puerto me designó:
yo te
prometo, Dios mío,
no burlarme de esa luz
que brilla sobre la cruz
por el hijo
de tu amor.
!Oh tu, Padre de mi alma,
que
escuchas el afligido,
y me ves arrepentido
de lo que mi vida fue.
Sálvame, Dios
mío, sálvame.
Y dame, antes que de cuenta,
para que yo me arrepienta
el tiempo
preciso,
Amén.
Autor: Allan Kardec
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