Un viernes partió el Señor,
para Samaría camina;
y por ser mucho el calor,
junto a un pozo determina,
descansar el Criador.
Por agua a poco llegó
a aquel pozo una mujer,
cuando el cántaro llenó
el Señor con gran placer
estas palabras le habló:
¡Oh mujer! si tú quisieras
darme de agua una bebida,
yo en recompensa te diera
de una fuente el agua viva,
que nunca más sed tuvieras.
—Dadme de ese agua al momento,
la mujer ha respondido.
y Jesús le dice a esto:
—Ves y llama á tu marido,
tráelo en tu acompañamiento.
—Contestó: no soy casada
ni jamás tuve marido.
Pero se quedó pasmada
cuando Cristo ha referido
toda su vida pasada.
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—Le dice instantáneamente
al Señor, tú eres profeta,
pues sabes patentemente
mi interior, y manifiestas
mis pecados claramente.
—No soy profeta, responde
el Señor a la mujer,
que soy Cristo Dios y hombre,
que he venido a padecer
muerte por salvar al hombre.
Arrojó el cántaro al suelo
la mujer, que presurosa
se volvió sin agua al pueblo,
y a todos contó gozosa
que ha visto al Criador del cielo.
Muchísimos la creyeron
y adonde estaba el Señor
precipitados se fueron.
Predicóles con fervor
y todos se convirtieron.
A esta mujer referida
perdonó nuestro Señor,
porque lloró arrepentida
sus pecados con dolor,
y dio ejemplo con su vida.
Todos. Como a la Samaritana
que hoy ¡gran Señor! perdonaste,
pedimos que nuestras almas
juntas merezcan gozarte
en la celestial morada.
Amén.
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