¡Virgen de Guadalupe,
amada Madre mía!
¡Qué dulce es para un hijo
el poder cantar con toda confianza
la gloria y la hermosura de su Madre!
Sí, Señora y Reina de lo criado:
desde el nacimiento del sol hasta el ocaso,
tu nombre, así como el de tu Unigénito,
es grande en las naciones.
El suyo es infinitamente grande,
como que es nuestro Dios,
nuestro Padre y Redentor,
cuyo nombre es sobre todo nombre;
mas el tuyo es inmensamente grande,
pues eres su verdadera Madre,
como a Juan Diego le dijiste,
y eres la Reina del mundo,
y el encanto de la tierra
Tú habitabas con Jesús, tu Hijo,
en las más encumbradas alturas,
y tu trono estaba colocado
sobre una columna de luciente nube,
cuando te dignaste ser encontrada
por los que no te buscaban,
porque apenas te conocían,
y no habían experimentado
la dulzura de tu bondad,
ni la ternura maternal de tu amor,
ni la grandeza de tu misericordia.
Aún no te interrogaban
como hijos a su madre,
que les enseñe y les instruya;
aún no se dirigían
a la Madre de la luz y del conocimiento,
preguntándole por el camino
que habían de seguir,
y por las verdades y máximas
que debían practicar, y
ya tuviste la dignación
de aparecerles en persona
de uno de sus hijos, y aparecerles,
no en enigma ni escondida,
sino llena de luz, y a las claras,
dejando ver tu virginal semblante,
y respirar tu celestial aroma,
y escuchar tu dulce y arrebatadora voz.
Sí, Madre mía, allí te vio el amado Juan,
tan graciosa como la paloma
que sube de los ríos de las aguas,
cuyo olor inestimable impregnaba sus vestiduras.
Allí te vio la última vez,
cuando a manera de días primaverales,
las flores de los rosales
y los lirios de los valles te cercaban,
pues tu planta los había hecho brotar de repente
en el monte desierto.
Y si a los hombres que aún no te interrogaban,
tan dulce y tan hermosa apareciste,
también con tu presencia en nuestro suelo
respondes a los Ángeles
que tres veces admirados preguntan:
«¿Quién es esta que va subiendo
como la aurora al despuntar?»...
¡Eres tú, oh hija de Sion,
toda hermosa y toda suave;
como la luna, hermosa;
como el sol, escogida!
«¿Quién es esta que cual varilla
de humo aromático de mirra y de incienso,
va subiendo por el monte desierto?».
¡Es la hermosísima paloma,
la amiga y esposa del Dios eterno!
«¿Quién es esta que como el sol se adelanta,
y viene con la belleza de la Jerusalén celeste,
de dónde ha salido para visitar a los hombres?».
¡Es la que vieron las hijas de Sion
y feliz la llamaron las almas de nobleza real,
y la colmaron de alabanzas! ¡
Oh Reina y Madre mía!
Hoy todos los términos de esta tierra,
han visto la salud de nuestro Dios;
todos los confines de nuestra República
han resonado con tus glorias,
tus hijos han entonado tus alabanzas,
te han agradecido en el alma tus finezas;
en peregrinaciones han entrado a tu tabernáculo,
y han adorado al Señor en el lugar
donde tus plantas se posaron.
Y yo también con todos tus hijos te visito,
Madre mía; yo te alabo,
yo proclamo tus glorias,
yo agradezco con todo mi corazón tus favores,
y te pido me concedas el mayor de todos ellos,
que es el ir a conocerte y a amarte, y a alabarte,
y contigo a gozar de Dios en los cielos.
Amén.
Antífona:
Antífona:
Tabernáculo de Dios es María,
colocado en medio de su Ciudad, y no será conmovido.
Ave María.
℣. Virgen de Guadalupe.
℟. Ruega por nosotros.
Antífona:
Antífona:
Tú has salido para la salud de tu pueblo;
para su salud has salido con Jesucristo tu Hijo.
Ave María.
℣. Virgen de Guadalupe.
℟. Ruega por nosotros.
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