Dulcísimo Jesús mío,
cuya caridad derramada sobre los hombres
se paga tan ingratamente con el olvido,
el desdén y el desprecio,
mírame aquí postrado ante tu Altar.
Me gustaría ayudar a reparar con mis plegarias
la frialdad y las injurias
con las que es herido por los hombres
tu amoroso Corazón.
Recordando, sin embargo,
que también yo, te he ofendido tantas veces
y sintiendo ahora un vivo dolor,
imploro tu misericordia,
dispuesto a reparar no sólo los pecados
que cometí en el pasado,
sino también los de aquellos que,
perdidos y alejados del camino de la salud,
rehúsan seguirte como pastor y guía,
obstinándose en su infidelidad,
y pisoteando las promesas del bautismo.
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Como reparación te presento,
acompañándola con las expiaciones
de tu Madre la Virgen,
de todos los santos y de los fieles piadosos,
aquella satisfacción que tú mismo ofreciste
un día en la cruz al Padre,
y que renuevas todos los días en los altares.
Te prometo con todo el corazón
compensar en cuanto esté de mi parte,
y con el auxilio de tu gracia,
los pecados cometidos por mi y por los demás:
la indiferencia a tan grande amor
con la firmeza de la fe,
la inocencia de la vida,
la observancia perfecta de la ley evangélica,
especialmente de la caridad,
e impedir además con todas mis fuerzas
las injurias contra ti,
y atraer a cuantos pueda, a tu seguimiento.
Acepta, te ruego, benignísimo Jesús,
por intercesión
de la Bienaventurada Virgen María Reparadora,
el voluntario ofrecimiento de expiación;
y con el gran don de la perseverancia,
consérvanos fidelísimos hasta la muerte
en el culto y servicio a ti,
para que lleguemos todos un día al reino
donde tú con el Padre y con el Espíritu Santo
vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
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