Oh, Señor, que conoces todas las piadosas obras,
y el puro corazón de San Wenceslao,
tu devoto, y rey cristiano en una tierra pagana...
Que rodeado de creencias paganas
se fortaleció en sus convicciones.
ÉL, dio su ayuda a los pobres continuamente,
y te imploro que por su intercesión
mi súplica llegue a ti para obtener tu ayuda,
ya que tan fervoroso siervo tuyo,
será mi mejor embajador para obtener tu favor.
Y a ti, glorioso San Wenceslao,
que te purificaste mediante la penitencia,
rezabas a la Madre bendita y difundiste
la verdadera Fe por todo tu reino,
te suplico ayuda en mis necesidades
que son desesperadas en este momento
y sin tu intercesión y ayuda
no podré salir de este bache superándolas.
(Hacer la petición)
Te pido que ores por los cristianos que conozco,
por los que no conozco y por quienes no lo son,
para que todos juntos como hermanos
logremos alcanzar la verdadera fe,
y en un mundo lleno de amor,
consigamos alcanzar y el bienestar
que tanto necesitamos y añoramos.
Te pido bendición para nuestros estudiantes
para que alcancen el éxito en sus estudios,
para todas las personas que trabajan honestamente
y para aquellos que viajan a países no cristianos.
También te pido que incrementes nuestra fe
y nos protejas de las influencias externas.
San Wenceslao, ruega por nosotros.
Amén.
En Las Mil y una Noches suelen aparecer califas y reyes que, protegidos por la oscuridad de la noche, dejaban sus palacios suntuosos, sus cortesanos, escuderos y pajes, para vestir las ropas viejas y harapientas de los pobres y recorrer los barrios y casas de los desvalidos.
El objeto de estas escapatorias era presenciar por sus propios ojos, y bajo apariencia menesterosa, cómo se administraba la justicia en su reino y cuáles eran las necesidades de sus súbditos. Una vez que se enteraban de esto, descubrían su identidad y descargaban el rigor de su justicia sobre aquéllos que la habían vulnerado.
Es probable que la leyenda haya idealizado y generalizado esta práctica de los soberanos orientales, pero se dice que, en realidad, hubo algún califa que la siguiera.
En la vida de San Wenceslao, aparecen algunos episodios en los que, siendo duque, también se disfraza y escapa de su lujoso palacio para socorrer a los necesitados y remediar sus males. Concretamente, los hagiógrafos de San Wenceslao cuentan cómo éste tenía un paje que se avergonzaba de ser pobre, por lo que encubría su pobreza, disimulándola hasta donde podía.
Cierta vez, un servidor, enterado de la miseria en que vivía el paje, lo comunicó a su señor, el duque. Wenceslao tuvo un sentimiento de caridad para con su criado, que le movió a remediar su necesidad sin herir su orgullo.
Se disfrazó de labriego y llevó por la noche ropa, provisiones y leña hasta la puerta de la casa del paje. Cuando amaneció, el menesteroso encontró aquello que aliviaba sus principales necesidades, y se sintió feliz.
—¡Esto no es obra de hombre alguno —pensó— sino de la Divina Providencia!
Efectivamente, no era un hombre común quien lo había auxiliado, sino la Divina Providencia encarnada en un santo.
Wenceslao no hizo esta buena acción una sola vez; la repitió varias, y no sólo con su paje, sino con otros servidores y gente desvalida de su pueblo. Ahora bien, ¿era propio de la caridad cristiana proteger así un sentimiento de orgullo?
En este caso, sí. Constituía extremada delicadeza no herir la susceptibilidad de quien sufría íntimamente por su falta de humildad.
En cuanto a remediar sus necesidades mediante un disfraz y actuar a favor de la sombra de la noche, seguía Wenceslao el precepto evangélico: que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha; es decir, que se haga la caridad sin la menor ostentación. Todo esto sólo podía hacerse en tal secreto.
San Wenceslao fue, pues, un soberano que amaba y servía a su pueblo. Un duque que descendía voluntariamente a las más bajas capas sociales para entender y amparar a sus súbditos.
Se sabe que asistía a los entierros de la gente más pobre, que visitaba a los presos y que cuidaba personalmente de las cosechas de trigo, como un campesino más. También ayudaba a elaborar el vino. Con el mejor trigo hacía hostias, y con el mejor mosto, vino de consagrar en la celebración de la misa.
Era una personalidad humana sumamente atractiva, pues hacía el bien a quien lo necesitase, cuando los señores de su misma alcurnia miraban a los campesinos por encima del hombro.
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