Un nuevo signo de santidad,
digno de alabanza aparece,
admirable y para nosotros propicio,
se confía a San Francisco.
A los miembros del nuevo rebaño
es dada una nueva ley,
renovándose los mandatos del Rey,
por medio de San Francisco.
Surge un nuevo orden de vida,
inaudito para el mundo:
la regla emanada propone
el retorno al Evangelio.
Conforme a los consejos de Cristo,
es dictada la regla;
la norma entregada recalca
la vida de los Apóstoles.
Tosca y áspera es su vestimenta
una cuerda es su rudo cinturón,
su comida es en poca ración,
los pies siempre están descalzos.
La sola pobreza él desea,
aborreciendo las cosas terrestres;
el noble Francisco desprecia las monedas,
rechazándolo todo en favor de Dios.
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Él busca un lugar solitario para llorar,
y con amargura de corazón se lamenta:
gime por el tiempo precioso que perdió
en las alegrías y vanidades del mundo.
En una cueva del monte Alverna
propendiendo al llanto, prostrado en tierra,
ora con suspiros y lamentos
y con amargura de corazón se lamenta:
gime por el tiempo precioso que perdió
en las alegrías y vanidades del mundo.
En una cueva del monte Alverna
propendiendo al llanto, prostrado en tierra,
ora con suspiros y lamentos
hasta que la calma retorne.
Allí, en el retiro de esa cueva rocosa,
arrebatado es en dulce contemplación:
desdeñando la tierra con sus pies,
anhela el Cielo el juez sabio.
Su carne por la penitencia es subyugada,
transfigurada y enteramente renovada:
alimentado diariamente por las Escrituras,
renuncia a los terrenales deseos.
Desde lo alto, como un Serafín alado
se le aparece el Rey de Reyes;
el Patriarca, todo aterrado,
contempla tan terrible visión.
Él porta las llagas de Cristo, y ¡he aquí!
mientras lo observa con angustia indecible,
lo marca con ellas, y los estigmas se muestran
sobre su carne, bañados en sangre.
Este cuerpo es como el Crucificado:
llagadas están las manos y los pies,
el costado derecho es traspasado,
quedando todo él teñido en sangre.
A su mente llegan palabras secretas,
se le revelan claramente las cosas futuras:
inspirado de lo alto, el Santo ha encontrado
el sentido de éstas y lo comprende.
Ahora en esas sangrantes heridas, ¡mirad!
aparecen negros clavos que son áureos por dentro.
agudas sus puntas, indecible el dolor,
indescriptible es la aflicción.
No fue usado instrumento de hombre alguno,
para hacer estas heridas -ningua de ellas existían-,
la sola naturaleza no podía hacerlas,
ni tampoco el cruel mallete.
Te suplicamos por las llagas de la Cruz
que en tu cuerpo llevaste marcadas,
sobre el mundo, la carne y el enemigo maligno
alcanzar ínclita victoria.
Oh San Francisco, tómanos bajo tu cuidado,
defiéndenos de toda adversidad,
para poder compartir tu gozo
en la Gloria celestial.
¡Oh Padre santo! ¡Padre piadoso!,
devotamente rogamos tu auxilio
para que con tus hermanos consigamos
vencer en la batalla.
Guía nuestros pasos por la senda de la virtud
y concédenos con los santos reinar,
para que tu rebaño de Menores obtenga
el gozo sempiterno.
Amén. Aleluya.
ORACIÓN
Oh Dios, que por los méritos
Allí, en el retiro de esa cueva rocosa,
arrebatado es en dulce contemplación:
desdeñando la tierra con sus pies,
anhela el Cielo el juez sabio.
Su carne por la penitencia es subyugada,
transfigurada y enteramente renovada:
alimentado diariamente por las Escrituras,
renuncia a los terrenales deseos.
Desde lo alto, como un Serafín alado
se le aparece el Rey de Reyes;
el Patriarca, todo aterrado,
contempla tan terrible visión.
Él porta las llagas de Cristo, y ¡he aquí!
mientras lo observa con angustia indecible,
lo marca con ellas, y los estigmas se muestran
sobre su carne, bañados en sangre.
Este cuerpo es como el Crucificado:
llagadas están las manos y los pies,
el costado derecho es traspasado,
quedando todo él teñido en sangre.
A su mente llegan palabras secretas,
se le revelan claramente las cosas futuras:
inspirado de lo alto, el Santo ha encontrado
el sentido de éstas y lo comprende.
Ahora en esas sangrantes heridas, ¡mirad!
aparecen negros clavos que son áureos por dentro.
agudas sus puntas, indecible el dolor,
indescriptible es la aflicción.
No fue usado instrumento de hombre alguno,
para hacer estas heridas -ningua de ellas existían-,
la sola naturaleza no podía hacerlas,
ni tampoco el cruel mallete.
Te suplicamos por las llagas de la Cruz
que en tu cuerpo llevaste marcadas,
sobre el mundo, la carne y el enemigo maligno
alcanzar ínclita victoria.
Oh San Francisco, tómanos bajo tu cuidado,
defiéndenos de toda adversidad,
para poder compartir tu gozo
en la Gloria celestial.
¡Oh Padre santo! ¡Padre piadoso!,
devotamente rogamos tu auxilio
para que con tus hermanos consigamos
vencer en la batalla.
Guía nuestros pasos por la senda de la virtud
y concédenos con los santos reinar,
para que tu rebaño de Menores obtenga
el gozo sempiterno.
Amén. Aleluya.
ORACIÓN
Oh Dios, que por los méritos
de nuestro padre San Francisco
dais sin cesar nuevos hijos a vuestra Iglesia,
concedednos la gracia de despreciar,
siguiendo su ejemplo,
los bienes terrenales
y poner nuestra dicha en la posesión
de los dones celestiales.
Por J. C. N. S.
Amén.
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