Siempre amable Virgen de la Merced,
amada Madre de Dios,
Estrella resplandeciente del mar,
Luna hermosa sin las menguantes de la culpa,
Escogida como el Sol,
oíd, Señora, nuestros ruegos.
Vos que benigna atendéis
desde los cielos los tristes lamentos
de los desgraciados cautivos,
que gimen sin consuelo
por la falta de libertad,
rompiendo los grillos y cadenas
que los torturan y aprisionan
tened piedad de ellos y dadles consuelo.
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Vos que benigna atendéis
desde los cielos los tristes lamentos
de los desgraciados cautivos,
que gimen sin consuelo
por la falta de libertad,
rompiendo los grillos y cadenas
que los torturan y aprisionan
tened piedad de ellos y dadles consuelo.
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Por vuestra caridad,
por esas vuestras sacratísimas entrañas
en que se encarnó el Hijo de Dios
para nuestro remedio,
os pedimos, dulcísima María,
rompáis las cadenas de sus culpas,
para que libres de ellas
merezcan alcanzar el perdón,
y mediante la penitencia
sean libres de sus pecados y condenas.
Santísima Virgen María,
dignísima Madre de Dios,
ya que misericordiosa te has constituido
Madre y Patrona protectora
de los cautivos cristianos,
descendiendo gloriosa de los cielos
para prestar tu ayuda y protección,
vuelve amorosa tus compasivos ojos
a tantas lágrimas como vierten en sus cadenas
aquellos pobres desamparados,
y escucha tierna y benevolente
sus lastimosos y dolorosos suspiros
con que te invocan Madre;
muéstrate, pues, Señora,
como Madre de esos pobres encarcelados.
Fortalécelos en la fe para que no desfallezcan
con el peso de tantas calamidades;
enciende en caridad sus corazones
para que con sus buenos actos sean redimidos.
¡Oh Señora!, que por el empeño de tu cuidado,
conozcan que eres su Madre
alcanzándoles de tu dulcísimo Hijo,
a ellos y a todos tus hijos y devotos
en la hora de la muerte,
una centella del ardiente fuego del amor divino,
que aleje el dolor de toda culpa,
con lo cual, bien dispuestos,
hallemos la remisión y,
alcancemos el perdón y la ansiada libertad.
Amén.
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