¡Oh amantísimo Cordero!
En el Santísimo Sacramento,
como en vuestra vida mortal,
os dejáis conducir por vuestros ministros
sin la menor resistencia.
¡Con cuánto gozo os traían
María y José de Egipto a Judea!
Más el temor de exponeros
a nuevas persecuciones,
turbó sus amantes corazones,
y José inspirado por Dios
os llevó a Nazaret.
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Haced que yo sepa huir con todo cuidado
de las ocasiones de ofenderos,
y que vaya ante vuestro tabernáculo
a aprender las lecciones de vida
que enseña vuestro Corazón adorable,
como lo hacían vuestros amadísimos padres
en la pacífica morada de Nazaret.
¡Oh dichoso José!
Teniendo en vuestra pobre casa
el tesoro del cielo,
vuestros deseos estaban satisfechos.
¡Qué gozo tan puro
inundaba vuestra alma
al escuchar las palabras
de la Sabiduría eterna
y de la Virgen Inmaculada!
¡Con cuánta fidelidad
seguíais sus enseñanzas y ejemplos!
Y vuestro corazón ardiendo
cada día más en el amor divino,
no vivía sino para Jesús y María,
consagrándoles sin reserva
todo vuestro ser.
Alcanzadme, amable santo,
que también yo viva sólo
para los sagrados Corazones y que,
dócil a las divinas enseñanzas,
encuentre mis delicias
a los pies de Jesús sacramentado.
Amén.
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